La lengua de las mariposas: la última escena desde la perspectiva del padre
Oí el repiqueteo de las campanas. Ya había empezado. Estaba de pie, temblando con miedo y rabia, entre la multitud de personas esperando para ver a los prisioneros. Uno por uno, con las manos atadas, mis amigos salieron del edificio. El silencio fue roto por las voces gritando insultos a los traidores. Antes de que lo sabía, la voz de mi esposa unió con las de la multitud. “Ateo,” ella gritó con fuerza. Su acción era chocante al principio, pero yo sabía que tendríamos que fingir para proteger a nuestra familia. Por eso, aunque el espectáculo era bárbaro, eventualmente también comencé a gritar palabras negativas a los prisioneros, pero con mucha renuencia. Era contra mi naturaleza, pero sentí que no había otra opción—si no actuaba como la multitud, podría haber sido yo con las manos atadas. Mi corazón se rompió cuando vi a don Gregorio, un hombre quien admiro mucho, salir de la prisión. Casí lloré cuando le insulté, pero tuve que hacerlo porque sería peligroso compadecerme con él. Entonces, mi niño, todavía demasiado jovén para entender completamente la situación, comenzó a gritarle a don Gregorio, su querido maestro. Me hizo enfermo. En ese momento, tuve mucho miedo del futuro.